Historia de Puerto Gaboto. Camino al Quinto Centenario.
Destrucción del Fuerte Sancti Spíritus en setiembre de 1529.
Prof. Ricardo N. González.
Hacia finales del mes de julio de 1529 la zona aledaña al Fuerte Sancti Spíritus se encontraba perturbada. Es necesario recordar que cuando Gaboto parte por segunda vez hacia el norte, acompañado de Diego García, primero se dirige a San Salvador a poner a buen resguardo a sus naves mayores. Adelante suyo iban Antonio Montoya y Juan de Junco en dos naves. Muy cerca del fuerte estos divisan un grupo de indios reunidos. Cuando se intentan acercar para entablar conversación los nativos huyen hacia el monte. Entonces es cuando los españoles encuentran los restos de 3 de sus compañeros muertos, dos de la expedición de Gaboto y uno de la de Diego García. Inmediatamente se dio parte a Gaboto de lo sucedido y éste decidió como escarmiento “Dar un asalto en ciertas casas de los indios que estaban cerca de la fortaleza, a cuyo intento se comisionó al Capitán Caro, que fue a ello con gente de la armada y alguna de la de García, matando a cerca de cien y llevándose prisioneros a algunas mujeres y niños. Y como se hubiesen escapado varios indios y se refugiaron en una isla que estaba fronteriza al fuerte, salieron otra vez a ellos los españoles, mandados por Caboto y García en persona, en cuatro bergantines y en número de ochenta hombres y mataron los que pudieron”.(respuesta de Montoya al interrogatorio de Gaboto preg. 18 y 20). Este ataque ser realizó contra tribus de guaranís que habitaban en las islas. Unos días pasaron hasta que varios caciques y principales vinieron al fuerte para que Gaboto liberase a sus familiares detenidos. Gaboto, a pesar del pedido de su capitanes, con el deseo de ganarse la amistad de aquellos los dejó libres pero la relación no volvió a ser la misma, los indios no volvieron más por el fuerte. Otro incidente se dá con un cacique conocido como Yaguarí o Yaguarón, de la nación de los guaraníes, unos 8 días antes de partir Gaboto hacia San Salvador. Así lo narra Medina “al ver pasar Caboto en una canoa a otro cacique principal llamado Yaguari, le llamó para que viniese donde él estaba, y como el indio se tardase, le dió un bofetón, y arremetiendo en seguida contra el Nicolás de Nápoles le asestó una cuchillada”. Si bien la herida no le provocó la muerte si causó en el indio principal un deseo de venganza por el agravio recibido. En éstas circunstancias Gaboto emprendió su viaje hacia el norte. El 10 de setiembre de 1529 indios guaraníes atacan el fuerte y lo incendian. Eximo de responsabilidad en el ataque a la nación chaná-timbú a la luz de las declaraciones de los españoles sobrevivientes. De éstas se desprenden que los españoles “fueron avisados por algunos indios timbúes que les permanecían fieles y eran enemigos de otras tribus hostilizadas por Caboto, de que los de éstas tenían concertado de dar sobre Sancti Spiritus para quemarlo y matar a todos sus defensores”. Más claro es el testimonio de Gregorio Caro cuando dice que “al emprender Caboto su viaje a San Salvador tuvo por principal objetivo hacer un castigo en los indios guaraníes, a cuyo efecto había ordenado a Montoya que con un bergantín fuese a convocar a los timbúes y carcaraes, lo que asi se hizo”. Aquí observamos que timbúes, chanaes y caracaraes mantenían una alianza con los españoles no así los guaraníes.
Dónde estaba Gaboto cuando se produjo el ataque?
Sebastián Gaboto y Diego García, que preparaban su exploración por agua y por tierra, se habían ido hasta San Salvador donde estaba Anton de Grajeda con las naves mayores para asegurarlas. Dejó el fuerte a cargo de Gregorio Caro con 80 hombres y todas las recomendaciones posibles que debía cumplir para no ser sorprendidos por los indios que estaban amenazantes sobre el real.
Sin dudas el relato más completo y mejor documentado es el que realiza el historiador José Toribio Medina en su biografía sobre Gaboto en las páginas 200 a 204 de su primer tomo.
Advierte Medina que “Para la redacción de las páginas que hemos consagrado a la historia del viaje de Caboto al Río de la Plata, hemos tenido que valernos, a falta de relaciones ordenadas, de los datos esparcidos en los autos judiciales que se tramitaron con ocasión de los procesos seguidos a Caboto en España después de su regreso”. A continuación las transcribo para su análisis.
Luego de haber determinado Caboto, la primera vez que llegóa la confluencia del Carcarañá y del Paraná, de establecer ahí su base de operaciones,se dió principio a la construcción de ranchos cubiertos de paja para alojar la gente y guardar en ellos las provisiones, ropas y rescates, haciendo,más o menos unos veinte.
Cuando después de transcurridos los seis primeros meses de estancia allí, viviendo siempre en paz con los indios, Caboto resolvió emprender la Jornada del Paraná en busca de las minas, afin de dejar sus espaldas seguras y lo que quedaba en la población, se acordó, antes de partir, hacer una fortaleza de tapias en la que se guardase la hacienda del Rey y de particulares, y en efecto se construyó lo mejor que se pudo, y una vez terminada, se le colocaron en los baluartes dos pasamuros y diez o doce versos de artillería.
En aquella ocasión, Caboto dejó a Caro al mando del fuerte y una guarnición de treinta y dos hombres. En la segunda subida por el río, Caro quedó también a cargo del fuerte, esa vez con treinta y cinco hombres. Hasta entonces los indios comarcanos se había mostrado amigos de los españoles, proveyéndolos de abatí, pescado, grasa y otras cosas que necesitaban para su sustento. En ese segundo viaje, Caboto tuvo que dar la vuelta a Sancti Spiritus a causa de haber descubierto que los indios de arriba donde se hallaba por ese entonces estaban confederados con los vecinos para matar a los españoles, destruir el pueblo y apoderarse de las naves. Era a todas luces manifiesto, y Caboto menos que nadie podía ignorarlo, que una sublevación de los indígenas se hallaba latente y que podía producirse de un momento a otro. Este estado de ánimo de los naturales vino a agravarse más todavía con las matanzas hechas luego que Gaboto regresó; y no se necesitaba de mucha suspicacia para comprender que ese momento no estaría lejano después que los caciques cuyas mujeres e hijos Caboto había mandado poner en libertad no volvieron más al fuerte, a pesar de las protestas de amistad que Caboto acababa de hacerles.La prudencia más elemental aconsejaba,por consiguiente, que era indispensable prevenir el asalto de los indios, que se veía aproximar puede decirse, concentrando todas las fuerzas españolas en su cuartel general. Pero la llegada de César con las noticias que trajo de las riquezas que decía haber visto tierra adentro ofuscaron completamente a Caboto, que solo pensó desde ese instante en apresurar sus aprestos para dirigirse por tierra hacia el interior. Contentóse, pues, con recomendar a Caro que no se fiase de los indios, que tuviese la guardia siempre lista, cebadas las lombardas y que los centinelas anduviesen de contínuo con sus armas prestas. Y como la experiencia de las ocasiones precedentes habíale manifestado que la gente del fuerte pasaba las más de las noches entregada al juego, descuidando así las guardias, reprendió a Caro,y desde allí adelante se establecieron cuatro sobrerrondas, que se confiaron a Antonio Ponce, a Alonso Bueno, a maestre Juan y a Diego Garcia de Celis, todos los cuales hacían su turno acompañados de otros dos hombres. Y comprendiendo, asimismo, que el mayor peligro que el fuerte podía correr provenía del incendio, por hallarse cubierto con pajas, pensó en destecharlo todo, hacer una tapia de tierra en medio de la fortaleza y trasladar allí las viviendas de los soldados, cubriendo algunas con barro y dejando a otras descubiertas; a lo que Caro se había resistido alegando por pretexto que aquellas parecería así camarillas de mujeres de mal vivir. El hecho es que Caboto partió a San Salvador sin ver cumplidos sus deseos, y sin que sus disposiciones al intento pasasen más allá por el momento, si bien encargó que con toda rapidez se destechase por lo menos la fortaleza, cosa que Caro se ofreció de hacer. Le encargó también que por ningún motivo consintiese que la gente durmiese en sus casas, sino que noche a noche la obligase a estar dentro del fuerte.
Le dejó, además, hasta ochenta hombres a sus órdenes y tres bergantines, uno de Diego Garcia, con sus lombardas, velas y remos; y creyendo de esta manera que todo se hallaba asi dispuesto para hacer una buena defensa en caso de que fuese la fortaleza atacada por los indios, se embarcó tranquilo rumbo a San Salvador, como hemos dicho.
Que había pasado mientras tanto?
Los soldados continuaron durmiendo en sus viviendas, sin recogerse al fuerte; la guardia se alzaba una hora y media antes que aclarase, sin salir fuera del recinto de la fortaleza, y luego se iban todos a trabajar a sus sembradíos
Los indios, que estaban, naturalmente, al tanto de la partida de Caboto y de la falta de precauciones militares que había en el fuerte, en uno de los primeros días del mes de Septiembre, una hora, más o menos, antes que aclarase, llevando hachas encendidas, se lanzaron al ataque de la fortaleza, en gran número.
Los defensores del fuerte sintieron la gritería de los indios, y la alarma dada por Juan de Cienfuegos, divisaron las hachas encendidas que traían, vieron que la guardia no estaba en su puesto, no atinaron a recogerse a la ciudadela, ni a hacer resistencia alguna, sino que, desnudos como estaban y casi todos sin armas, emprendieron la carrera a refugiarse en los bergantines. Caro fue de los primeros en apoderarse de una barca, y estando todavía en ella con otros sin haber alcanzado a subir a los bergantines, Peraza y algunos más le pidieron que saltase a tierra y atacasen a los indios, que ya habían disparado casi todas sus flechas. Cuatro o cinco acudieron al llamado de Peraza, no así el Capitán Caro, que al punto se largó con la barca. Al ver éste gesto de su Jefe los que bajaron a tierra, tuvieron que echarse al agua para tomar otra vez la embarcación y no ser abandonados a su suerte. Peraza, mientras tanto, que acompañado de maestre Fernando de Molina y de unos veintidós hombres de Caboto y de algunos de Diego García, habían logrado refugiarse en el bergantín de éste, gritaban a Caro que no se fuese y los esperase, cosa que aquel no quiso y siguió aguas abajo por el Coronda. Otros que no habían podido llegar a tiempo para embarcarse, fueron corriendo por la orilla del río hasta dos leguas (unos 8 km) para que los recogiesen, entre ellos el alférez Gaspar de Rivas, que por hallarse enfermo, se cansó y fue muerto allí donde cayó por los indios. La misma suerte corrieron los que lograron subir a bordo del segundo bergantín varado en la ribera, pero que no tuvieron forma de echarlo al agua, ni consiguieron ayuda desde los otros barcos, quienes se alejaban y llevaban consigo 8 o 10 indias de servicio.
Así se perdió Sancti Spíritus con treinta hombres de los que lo guarnecían, todos los rescates, y muchas armas, excepción hecha de las piezas de artillería que los indios no quisieron o no pudieron llevarse.

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